*Carta al Director publicada en diario El Mercurio el 16 de agosto de 2020. AQUÍ
La huelga de hambre es una manifestación no violenta de presión en busca de conseguir un objetivo determinado.
La persona que la ejerce no busca morir, aun cuando sabe que su vida está en peligro. La fuerza de su acción reside en traspasar a la autoridad la presión de la demanda y la responsabilidad del daño o de su eventual muerte.
La Asociación Médica Mundial ha planteado que si un prisionero rehúsa a alimentarse y está informado de las consecuencias de sus actos, no debiera ser alimentado artificialmente (Tokio, 1976) y define a un huelguista de hambre como una persona mentalmente competente que ha decidido dejar de comer o beber por un período significativo de tiempo, habiendo sido informado de los daños que eso puede traer a su salud (1992).
Las cortes británicas han seguido este principio, mientras que en los Estados Unidos el criterio ha sido distinto, obligándose a la realimentación forzada en algunos casos.
En salud una decisión es autónoma cuando es voluntaria, informada y capaz o competente, y se ha expresado de manera libre y repetida en el tiempo como fruto de un proceso de reflexión. De estos conceptos el más difícil de objetivar es el de capacidad y considera un conjunto de habilidades afectivas y cognitivas que permiten tomar una decisión concreta en un momento determinado.
Para la medicina, la decisión de una persona competente de dejar de alimentarse es incómoda, pero legítima. No es homologable a una manifestación de voluntad anticipada de cuidado médico ni tampoco es una expresión suicida, dado que el objetivo directo no es morir. Enfrentados al conflicto ético de preservar la vida o respetar la autonomía de quien ha decidido dejar de alimentarse, los médicos no están obligados a actuar en contra de sus convicciones, pudiendo hacer uso de la objeción de conciencia.
Psiquiatra